Las máscaras y el poder divino
El sociólogo americano Goffman describió las relaciones
interpersonales de una forma bastante peculiar. En su explicación, él habla de
que en el día a día nos ponemos diferentes máscaras, no puedo evitar pensar que
este es un pensamiento prestado del año 1635 del autor Calderón de la Barca.
En esta concepción sociológica de la obra teatral La vida es
un sueño, se describe de una manera sutil la hipocresía del ser humano como una
herramienta necesaria de convivencia. La elección de estas máscaras de las que
habla Goffman se basa en las expectativas que tienen ciertos grupos hacia
nosotros que somos miembros de aquellos.
En este pensamiento veo reflejada una realidad que ha sido
mía y de mis allegados en algún momento de nuestras vidas. Pero así mismo veo
un problema crucial.
¿Cuál es la diferencia entre el verdadero ser y esas
mascaras que por costumbre nos ponemos día a día?
¿Existe realmente la sinceridad?
¿Debemos aceptar que las otras personas no nos muestran su esencia?
Sin duda esto me ha bajado de las nubes en las que vivía, en
esa realidad muy quinceañera en dónde me gustaba creer que lo que yo soy se lo
muestro al mundo y con esto viene un problema mucho más grave, uno serio.
¿Cuántas veces me he mentido a mi misma? ¿Soy quién digo ser
o es una máscara más?
Decido creer que no somos nada más que eso. No de la forma
pesimista, más bien de la forma realista en donde acepto que aquellas máscaras
que he utilizado en toda mi vida, unas más recurrentes que otras, conforman a
mi alma, a mi esencia primaria e indestructible.
Entonces acepto dar y recibir, de quien quiera otorgarme, la
dicha de la empatía. Nosotros los seres humanos tenemos unas tendencias muy
marcadas, la más crítica de ellas es la de la clasificación. Esto se podría explicar
de igual manera de una forma sociológica, en donde se mantiene que es un método
de comprensión del universo que nos rodea, que nos sirve para crear expectativas,
que así mismo, están tatuadas en nuestros códigos genéticos, porque sin estas
herramientas, que para el mundo son un tabú, pero que en realidad son más
normales de lo que creeríamos, no podíamos dar un paso sin sentirnos
desamparados. Es un arte innato que todos poseen para mantener la cordura.
Y digo que es crítico, porque aquí hace falta un paréntesis
en negrillas que nos recuerde que somos seres enmascarados, con infinitas
facetas y que nadie se libra de esto, ni el ser más puro ni aquellos que
llamamos santos. Entonces clasificar y archivar permanentemente a una persona
no nos permite descubrir, esos lados que creemos ser obscuros, pero que en
realidad podrían estar llenos de luz.
Muy pocas son las personas que se aventuran y entregan el
beneficio de la duda. Yo clasificaría a estas personas como santos, no a los
que han creado milagros bíblicos, porque requiere una capacidad enorme, casi
inalcanzable para los seres humanos, la de confiar a ciegas, la de aventurarse
a la locura y a la obscuridad sabiendo que existe así mismo la posibilidad de
encontrar un brillo jamás antes visto.
Quiero creer que tengo la fuerza y las agallas de elegir esa
máscara. Me gusta pensar que, si todos nos aventuramos a estirar el brazo y
sacar del armario infinito de personalidades esa máscara, el mundo será cada
día un poquito mejor y podríamos ver las diferentes facetas de las
personalidades que tanto juzgamos y finalmente seremos justos y alcanzaremos el
poder divino que nadie cree tener y que hemos aprendido que es una cualidad
única de dios.
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