Ciclo interminable.



El amor a veces puede durar tan solo un instante, en el cual pestañeamos llenos de alegría ignorando lo que el futuro, que a propósito se encuentra cerca, tiene preparado. En el reencuentro de nuestras pupilas con los destellantes colores de la realidad, la ausencia del ser amado opaca los rayos de sol. De repente el gris se convierte en el color dominante de nuestra alma, alma que se funde en la miseria mientras los pilares más altos del corazón se desmoronan lentamente, como si se  burlaran de la agonía que inunda nuestra vida, sin aviso alguno, esta es la primera fase del desamor.

La segunda fase empieza cuando miramos al ser amado presente en otros cielos, tomando una mano ajena que representa quizás la traición, aunque a esta se la conoce a los ojos de un simple expectante como el nuevo comienzo. En esta fase, los pilares del corazón que tanto tiempo habían tomado reconstruirse, se desploman nuevamente desgarrando aún más que la vez primera el alma del que sigue amando, el alma del que ve la mano ajena como el símbolo de abandono.

La tercera fase es la de la aceptación, la cual aparece tras haber sufrido un segundo colapso. Cuando el corazón finalmente entiende, o finge entender, las razones del ser amado al elegir otro cuerpo para adorar, otros labios que besar y otra alma que encadenar. Esta fase tiene una impostora que aparece mucho antes, aquella impostora que decide disipar los pensamientos amargos y ruidosos del ser que se aferra a un sentimiento antiguo, se presenta como una aparición en un sueño para tratar de convencernos de que el olvido finalmente tocó nuestra puerta y que estamos listos para seguir adelante, cuando en realidad no es así. Tan solo en el momento en el que el rencor desaparece  y la paz interior enciende su llama, entendemos finalmente que aquella impostora que se hacía llamar aceptación meses atrás no era más que una defensa del corazón para parar la hemorragia interna.

Entonces uno comienza a reconstruir su vida apartando un rincón diminuto en la esquina del alma con los recuerdos de aquel amor que por un momento lo creímos inquebrantable. Y uno sueña con cuerpos diferentes y uno anhela un sujeto nuevo a quien amar, todo parece recobrar su color y la armonía se hace presente nuevamente en nuestras vidas, la cordura se asoma por la ventana,  y es aquel momento de paz interior y de tregua momentánea el que nos anuncia que estamos listos para un nuevo comienzo.
Pero existen esos malditos espasmos de amor que se empeñan en interrumpir el silencio interno, aquellos espasmos que nos recuerdan que la cordura es momentánea y que la vida sin guerra seria monótona y aburrida, entonces nos aventuramos al viaje por los recuerdos y cerramos los ojos con  fuerza como si aquel gesto fuera el boleto para la embarcación de un viaje espiritual donde uno revive una y otra vez aquellas caricias y olores, aquellas canciones memorables que convirtieron un momento ordinario en extraordinario, aquellos besos que lentamente se esparcían por todo el cuerpo y se hace presente aquella sensación de infarto la cual nos regresa a la realidad y nos obliga a abandonar la embarcación y es entonces cuando descendemos a ese abismo de sufrimiento y los pilares del corazón tiemblan bruscamente, pero esta vez no se caen, porque los cimientos son más resistentes tras haberse derrumbado dos veces, pero el dolor es inevitable y de nuevo todos los colores se desvanecen y la miseria toma asiento en el sillón más cómodo de nuestra alma convencida de que su estadía será permanente. Nos creemos perdidos y lo estamos.


   En la pasarela de la vida caminamos llenos de agonía y con los hombros caídos, una o dos lágrimas se resbalan por nuestras mejillas. De pronto una mirada entre los transeúntes se posa en nosotros y aquel radar del corazón se enciende para informar que el reencuentro esta próximo, los espasmos de dolor reaparecen como punzadas en el corazón sin embargo una dosis de alegría se abalanza sobre nosotros y convierte las punzadas de dolor en punzadas de intriga y desesperación. Entonces no solo se encuentran los ojos de aquellos ex amantes, sino también sus almas que danzan de alegría al detectar el regreso del ser amado, entonces el acercamiento es inevitable y aquellos reencuentros casuales se convierten en rutinas y la vida recobra su color y su olor. En ese preciso momento en el cual el ciclo del amor reinicia es fácil reconocer que ni la crueldad de la vida, ni la aparición de la cordura, pueden combatir contra un amor puro. Porque aquel amor que repite el ciclo es el tipo de amor que no tiene permitido rendirse, es el único tipo de amor al cual el olvido abandona.

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