Día a Día
En los primeros días de sol que nos regalaba la primavera, se calentaban las calles de esa ciudad mística, con aires de fantasía, por la cual paseábamos de vez en cuando, cuando recordábamos que existía un mundo fuera de la casa. Todos esos tiempos son lejanos. Memorias que uno va desbloqueando cuando el primer rayo primaveral acaricia nuestra piel. El hedor era el mismo, uno neutral con sabor a esperanza, de seguir, de vivir después de morir. Un trabajo arduo me esperaba a la vuelta de la esquina, con sus papeles y exigencias me tomaba el tiempo, para comprobar que yo llegase temprano y decidí caminar despacio, lentamente saboreando las caricias de antaño, esas que ya solo habitan en mi recuerdo. El dolor es inmenso, como un puñado de hachas fugaces que vuelan y caen en mi cuerpo antes de darme cuenta para esquivar los ataques. Camino día a día sabiendo que vienen así de la nada, a irrumpir en mi proceso de encontrar paz. Pero camino. Sigo adelante. Un rechazo disc